Dan, A.

¡Bang!

He soñado despierto con mi muerte. Pero no es eso lo que me inquieta, lo que me pone intranquilo es ese olor, olor a muerte. Es sin duda eso, lo que hiede en esta habitación. Mi funesto cuerpo mira al techo evitando mirar al rededor, Pero tengo que hacerlo, debo hacerlo, pues no creo estar solo y tengo esa sensación de que alguien me observa.


Giro la mirada despacio y ahí está ella.
Se ve tan tranquila que podría pensar que duerme.
Pero no duerme, ella me juzga pues tiene los ojos abiertos.
Debería estar aterrado por su presencia, sin embargo, es el desquisiante sonido cíclico del reloj de pared, lo que realmente me aterra.


Hace años que la música no suena en ese tocadiscos del rincón,
Pero esa melodía aún retumba en mi cabeza, y miro al techo de nuevo y la miro a ella y de nuevo al rincón.
Todo me es tan familiar que me asquea. Ahí está ese obsoleto objeto empolvado, al que no he tocado para no tocar aquellos recuerdos y pienso que tal vez debería desaserme de él, no obstante, lo conservo.


Y me pongo foribundo porque la sangre que brota de ese cuerpo ya no es calida y se ha convertido en un helido charco de color marrón que comienza a incomodarme.
Respiro inquieto, no porque haya hecho lo que creo haber hecho, sino porque aún respiro. Hace tiempo que debí solucionar eso y creo que ahora es demasiado tarde, ni hablar. Que el revólver que cargo en mi mano, dé su sentencia infalible y diga si estoy o no, a tiempo.

Lentamente lo pongo en mi boca, me saluda con ese sabor amargo tan peculiar. Lo sostengo unos segundos y mi respiración se relaja al tiempo que pienso:
¿Loco?
¿Realmente estoy loco?
¡No!
Yo no estoy loco, estoy muerto...

¡Bang!