omu

lazos inquebrantables

Estrecho.
Estrecho que no angosto,
la fe en el vinculo dispone
en el quehacer del hombre.
Al circulo sin codigos,
la lente evolutiva,
los prismas objetivos,
el total de las perspectivas.
Arranca obsoletos estigmas.


Rota la unidad del desvarío
al tomarse este camino;
perecen obcecas siluetas,
espejismos superficiales,
se pierde la rigidez,
desvanecida se despide,
añadida a un absoluto...
hecho de elástica nada.


Lazos adornan,
lazos que enlazan.
Cuerpos poseidos por el tiempo
entre ausencias se deshacen,
yacen en los jardines,
quemados, como cenizas.
Simbolizan instantes,
espontaneidad,
transformación.
Musita la materia...
plegarias y ruegos en cada viaje.
Respecto a la suerte de los paraisos hallados,
sobre el infortunio de los edenes perdidos,
siendo profugos, los cuerpos deleítan
a los credos de la creación y el movimiento.
El trayecto deletrea
al metal siendo piedra,
al jarrón que fue barro,
a la tierra, a la roca, a la oveja,
a la lana hecha jersey
el que surgio de las ebras
anudadas, dubitativas,
al nacido y crecido
desde la matriz del ovillo. 

Acogidas plácidamente
en el ser tejen las esencias de lo existente.
Alimentando dan frutos,
mecidos en el árbol no se inquietan.
Beben de angulos romos,
de rayos de luz,
del sol que fue sombra.
Dan saltos a la comba,
trenzan el entendimiento con lianas,
hacen magia con los sueños,
con el humo,
toman solidez,
son etereas y acrobáticas
mentes libres, espirales.


De a poco,
la vida se reconoce,
se apega al cuerpo entonces
la túnica y el sombrero,
al lucir una única vestimenta;
el cuerpo agarra al alma,
el alma al espíritu,
entonces quedan atras las reservas,
el pañuelo deja de latir.
No habla, ni solloza,
no dice adios,
se desprenden de la mano
las mentiras, los desatinos.
Alienta la raíz desprovista de desconciertos,
asume su cariz y no cuestiona:
a su familia.
Retoma las riendas,
el trote, el galope,
nos visita el humilde patriarca
que fue nuestro abuelo.