Templos de honor, a ti sometidos.
Templos de amor, para ti construidos.
Templos. Un ojo vaciado, en la soledad
de siempre. Una pupila que se arrancó
a la mala suerte. Un veneno, la sangre.
Un campo marchito, el cuerpo.
Jarra de uvas sosegadas, la mente.
Espíritu de fuerzas contrarias. Soledad
tras soledad, me arranqué un diente.
Terminé con mi mal.
Me arañaron como sólo a un hijo
se debe hacer. Dolido y todo, mi cuerpo
se vistió de seda, para nunca más nacer.
Orugas de nada, cosecha palurda, paletas
de pintor de azafranes oscuros y violentos.
Me dolió más tu ausencia, que la falta de sangre.
Y todo lo que en ella se refleja.
Pero sin sangre, tarugo, no hay pintor.
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