Para hacer unas buenas croquetas
no hace falta pensar en el ritmo imparable
del progreso
ni auxiliarte de maquinas que dicen
van a facilitarte tu trabajo.
Hace falta pensar en ellos,
los que van a comerse las.
Con tiempo.
Con discreción
para darles la sorpresa.
Preparas un buen caldo
y cuando esté
recortas con tijeras la carne imprescindible.
Le añades (yo lo hago) trocitos de jamón.
Luego viene la bechamel,
tantas cucharadas de mantequilla
como de harina
Añades la leche,
poco a poco,
removiendo
despacio pero sin pausa.
Puedes tener de fondo
a Crosby, Stills, Nash and Young
o lo que te apetezca.
Puedes también tomarte una copa.
Para mover la masa
no necesitas las dos manos.
Más todo pensando en ellos.
Si no,
quizás el sabor parezca el mismo
pero no las disfrutarás como mereces.
Cuando espese
añade tu carne troceada.
Sigue, tararea,
dando vueltas.
Llegará un momento
en que la masa se separará
de su fondo de metal.
Pruébala de sal, por si hace falta.
Apaga el fuego.
Ya está.
Tiene que descansar
como si fuera tú mismo.
Una noche basta.
Pan rayado, huevo batido,
pan rayado.
Tres viajes con tus dedos,
mientras suena Amy Winehouse.
Aceite,
mucho aceite.
Tan caliente como querrías ser.
Mejor de girasol.
No mata el gusto.
Y luego
las pones en la mesa.
Así de fácil.
Como el poema.