Hay una habitación adormecida,
entre el viento y las caracolas de tierra,
que impulsa mi hastío y lo corona,
con cetros de hojas y amores desaparecidos.
Hay un lugar que perfuma las horas,
esperando como un cajón en silencio,
horadando la arena, como un camión
de mudanzas.
Hay una habitación sigilosa como puño
de arena, donde se esconden, los miasmas
de mi infancia, y la placenta de mis deberes.
Yo, en cada rincón me beso y me absuelvo,
y doy, con cada departamento, un crótalo
de esperanza.
Es polvorienta y es vacía la estancia
de mi desesperación: vidrios rotos,
secuencias de arañas, y una mesa larga,
con mantel de años, agujereado.
Se ve una alegre discusión, de hermanos
a hermana, donde lloran los de siempre,
y una comunicación partida, y un cristal
en cada vena.
Yo me siento y me despierto,
y veo en un tren, un dormitorio, o las dos
cosas, monótonas, por separado.
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