Al final todo se desvanece a nuestras espaldas;
Los pasos desandados
se vuelcan sobre los sueños
y sobre el agua de la infancia con sus flores
deshojadas;
Debiera asomarme a los retratos,
ahora que se desnuda la intemperie,
ahora que en la mirada
envejece el color temprano;
A veces no me acuesto y sigo
esperando,
con los ojos apagados,
alguna mañana para regresar a casa.
Mi padre se fue ayer,
con esa lentitud en que el tiempo
tarda
en los insomnios,
con su silencio que llenaba todo
y ahora es más sonoro
y voraz,
en esta febril vigilia
en que pasan todas las máscaras de ayer
con nuestras vidas.
El hogar envejece con su tristeza
y con los cuervos llegando puntualmente
a su ventana;
La soledad se esparce con memoria
mientras la noche se multiplica
sobre lágrimas de vidrio
en cada rostro que emerge y nos rescata
del naufragio.
Ahora solo quedan las manos vacías
con su tiempo muerto,
con sus uvas de verano
en el destierro,
esperando en alguna mañana
la lluvia que en la infancia
nos lavaba la tristeza.