Sin máscaras,
en el corazón de un hombre
un manicomio habitaba
gritaba por las orejas
bebía imágenes obscenas
en cada episodio de histeria.
Sus ojos cual terciopelo
derramaban fuego eterno
y se intuía desde lejos
sus genitales sedientos.
El hombre de quien yo hablo
vivía enamorado
no desde el corazón
que ya estaba habitado
sino desde la razón.
Y solo por profesión
no se sacaba la máscara
y tenía el manicomio cerrado.