Como rocas, desplazadas,
interfiriéndose, en la mutua
rotura de un derrumbe pasado,
pretérito; o como esas lenguas
de las bestias, al anochecer, cuando
retornan agotadas, y hacen rodar
su signo de igualitaria firmeza.
Tomo implacable las medidas
necesarias, el sexo color verde,
la náusea inverosímil, el aspecto
doloroso, la potestad inveterada.
Me conmueven los sonidos pacíficos,
de latitudes nocturnas, de insectos
acumulados en la penumbra de la tierra.
En esas mansiones anquilosadas
de arena y terraplenes invasores.
Bebo mis néctares, soluciones divinas,
exigencias primordiales, existencias
sosegadas que no precisan ya
de frentes ni de amuletos convulsos.
Mi cetro es la mirada del monarca.
Hacia mí, suscrito a números de horóscopo.
Astrologías fraudulentas o novicias,
voces arcaicas: himen levantado entre piedras.
Tolvaneras roídas por el sexo alzado.
Comprobaciones de la lógica, razones asesinadas,
restauración del agua en el canal eludido.
Tiembla en mí, un falso resplandor,
un orgullo sucinto, una negrura de falso rey redentor,
y una amarillenta polilla
que se desvanece a la luz, como el tiempo-.
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