Testamento
sabiendo yo bien que el tiempo es perecedero;
aspiro curarme en salud;
que la eternidad no es asunto pendenciero:
no aspiro erigir un azud.
ustedes todos, mis amados:
saben que todo lo mío de ustedes es,
salvo este cuerpo tan jamado,
del que anhelo decirles cómo disponer.
en mis últimos momentos no quiero curas;
menos buenos samaritanos;
o ilusos que quieran legar sus amarguras,
haciendo señas con sus manos.
que no quiero ningún santo unto;
que un padre nuestro mucho menos ellos recen,
aunque les cause harto barrunto;
ni avesmaría, ni rosarios que embrutecen.
no quiero plañideras, ni burdos rosarios;
no cuenten cuentas del anuario;
que no doblen las campanas del campanario:
sin misas y sin novenarios.
sin gomorresinas fragantes,
no paguen a curas bribones para ungirme;
sin santos humos asfixiantes,
no se merecen treinta siclos de plata firme.
el mito de volver a la gloria de dios,
de honras por pseudoparaísos,
demostró la incapacidad del buen ladrón,
por expiar como los indecisos.
no prohíban mi soñolencia;
que ningún gazmoño me quiera santiguar;
que no me carguen con su ciencia;
que se la ahorren, si tuviesen qué ahorrar.
así, me rehúso dormir en panteones,
pernoctar en cajas con cruces,
prefiero cenizas, a dormir con leones.
o falsos que caen de bruces.
esto es con lo que yo me quedo:
―sin biblias, ni cantos, sin beatos, ni santos;
que si no hay pecados ni credos―
como es el álamo: indomable, sin quebrantos.