SERGIO MANZO ANDRADE

Testamento

Testamento

 

sabiendo yo bien que el tiempo es perecedero;

aspiro curarme en salud;

que la eternidad no es asunto pendenciero:

no aspiro erigir un azud.

 

ustedes todos, mis amados:

saben que todo lo mío de ustedes es,

salvo este cuerpo tan jamado,

del que anhelo decirles cómo disponer.

 

en mis últimos momentos no quiero curas;

menos buenos samaritanos;

o ilusos que quieran legar sus amarguras,

haciendo señas con sus manos.

 

que no quiero ningún santo unto;

que un padre nuestro mucho menos ellos recen,

aunque les cause harto barrunto;

ni avesmaría, ni rosarios que embrutecen.

 

no quiero plañideras, ni burdos rosarios;

no cuenten cuentas del anuario;

que no doblen las campanas del campanario:

sin misas y sin novenarios.

 

sin gomorresinas fragantes,

no paguen a curas bribones para ungirme;

sin santos humos asfixiantes,

no se merecen treinta siclos de plata firme.

 

el mito de volver a la gloria de dios,

de honras por pseudoparaísos,

demostró la incapacidad del buen ladrón,

por expiar como los indecisos.

 

 no prohíban mi soñolencia;

que ningún gazmoño me quiera santiguar;

que no me carguen con su ciencia;

que se la ahorren, si tuviesen qué ahorrar.

 

así, me rehúso dormir en panteones,

pernoctar en cajas con cruces,

prefiero cenizas, a dormir con leones.

o falsos que caen de bruces.

 

esto es con lo que yo me quedo:

―sin biblias, ni cantos, sin beatos, ni santos;

que si no hay pecados ni credos―

como es el álamo: indomable, sin quebrantos.