Eran tus dedos
danzando en el teclado
de algún piano.
Eran mis ojos
siguiéndote en los versos
que allí arrancabas.
Y el corazón
fundiendo sus latidos
en unas notas.
¡Cuánta emoción!,
perfecta sinfonía,
la que alcanzabas.
Te vi llorar
pulsando aquellas teclas
con suavidad.
Nacía el verso
buscando unas pupilas
que estaban cerca.
Y conseguiste
romperme la coraza
que me apresaba.
Busqué tus dedos
y en ellos la hermosura
de tus poemas.
Luego busqué
tus labios tan ardientes,
y los besé.
Rafael Sánchez Ortega ©
03/02/20