A veces pienso en nosotros
y me da por ponerme a discutir.
Obviamente y, por su puesto,
contrario a la realidad,
yo siempre soy el que gana.
Mis alegatos son fríos y tajantes.
Como es mi imaginación,
el tiempo me alcanza para pensar
bien en lo que diré.
(en ése momento, la dimensión en la que peleamos se petrifíca)
Usted balbucea y no sabe qué decir,
sus labios pálidos se vuelven trémulos.
Y cuando al fin va a decir algo
yo la interrumpo más frialdad verídica.
Levanto mis brazos repitiendo, ironizando sus palabras absurdas.
Dispongo mis palmas ante usted, abiertas, firmes,
mientras gesticúlo harto, seguro y con propiedad.
Y entonces gano la discusión.
Y el mundo el mundo imaginado queda ausente de motivo.
Solemne, como quien ya no tiene nada, se destruye,
se desmorona como las cenizas en la punta de este cigarro.
Después regreso a éste mundo real,
en la sala desierta de mi casa desierta.
Miro su retrato en el marco más significante de mi memoria y pienso:
Detesto que siempre tuviera la razón -Sonrió.
PD: Un abrazo desde la huérfana soledad, distante.
PD2: Dele un beso a su novio de mi parte.