Alberto Escobar

Razón dominical

 

Discurro mi caminio contemplando los chopos
que se yerguen a mi alrededor y despreciando todos
y cada uno de los rocones que a los bordes se ofrecen
a mi reflexión y descanso.

 

 

 

 

 

 

 

 


Torcuato trabajaba de sol a sol de lunes a sábado, las labores de la siembra
y la siega eran deslomantes, él que seguía siendo un hombre joven a pesar
del quebradero del oficio y lo temprano que se puso a su disposición.
Su padre —. ¡Torcuato de mis entretelas, hijo de mi alma, te estás quedando
en la inopia de tus fuerzas! Tienes que cambiar de trabajo de todas todas.
Torcuato —. ¡Eso quisiera yo querido padre, eso quisiera yo! Su padre responde:

Tu vida se va yendo poco a poco
Tu sal se te hace estatua sobre la tierra
La hiedra que sorbe de tu sangre
añora el dulzor posible de otra sangre.
¡Reacciona muchacho!
Ahora que te queda rocío pendiente
en los relojes del mañana.
Que la gana de fresas y de oliva
no la reprima la circunstancia
o la codicia.
Se sabe que afanas una tarde
de sombra, atardecer y libro,
de escuchar tus sones
en el tocadiscos, renglones
de versos que suspendan
los deberes y debates
que tu corazón y tu cabeza
sostienen en litigio.


Estas letras llenaron su mente a la tonada amiga de una
cantinela que apenas hubo oído en la chicharra de una 
vecina, que al conjuro vespertino tomaba acostumbrado
descanso en una hamaca cuando el patio de vecinos hacía
su agosto.
Su vecina María —. Perdona mi intromisión Torcuato. No he
podido evitar oir el diálogo que estabais tramando entre tu padre
y tú y, es verdad, tu padre dice la biblia. Te estás entregando a
cristo sin que la Virgen te haya llamado, ¡Rompe tus cadenas por
el amor de Dios!
Su padre —. Gracias María por apoyar mis palabras, pero María,
no es por nada, tú sabes que somos como familia, pero María,
¡Qué cotilla eres!, ¿Qué hacías escuchando la conversación?
María —. ¡Ya sabes Su padre, a estas horas una que tiene la casa
ya recogida y no sabe cómo entretener el tiempo..!