Vivimos en un mundo diseñado, en un mundo claustro, asfixiante lleno de alegrías limitadas, amargos desayunos y madrugadas que arrastran nuestros sueños frustrados con la salida del sol, atardeceres llenos de cansancios transcendemos por vías coaguladas hacia la mesa llena de migajas hechas por el Amor que nos espera en casa, y nos perdemos de esa mirada llena de cariños, amor que se confunde gracias a ese diseño asfixiante, perdidos, perdidos... entre nuestros hijos, las utilidades, las ganas reprimidas, el egoísmo viral y la libertad angustiada, ese deseo enjaulado infinitamente. Así es como vivimos para morir.