La puerta abierta
me enseña tu figura
tan delicada.
Estabas sola,
sentada en la ventana,
mirando al mar.
Sobre las olas
descansan las traineras
y las gaviotas.
Pasé a tu lado,
te dije, ¡buenas tardes!
y te besé.
Me sonreíste
y, luego, me invitaste
a estar contigo.
Así pasamos
un rato, en esa tarde,
inolvidable.
Cerré los ojos,
mis manos te buscaron,
y te abracé.
Noté tu cuerpo
temblando, y tus latidos,
y suspiré.
Tú me miraste
con ojos soñadores,
como los míos.
Rafael Sánchez Ortega ©
06/02/20