Antiguas victorias
penden de mi pecho.
Son voces huérfanas,
del salitre o de la desesperanza.
Utilitarios escombros
que suelo reconocer y merodear,
en busca de nulos cuerpos, ya
esqueletos en la sombra.
Antiguas condecoraciones
que exigen el tributo y la participación
de otros. Besos dados al aire,
hospitales llenos de mansedumbre,
cánticos y canciones de besos
y alabanzas. Repito en mi mente,
para mantener la cordura, esa locura
de voces y ecos que me persiguen
día y noche. Sobre todo, noche.
Y veo demasiadas cosas.
Un vellocino de oro escarchado
como la luna, brumas solitarias
que asombraban mis pupilas.
Y una trituradora donde tiro
los recuerdos que me sobran.
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