No quedaba más que aguantar las noches oscuras
en aquel remoto lugar.
Sólo esperaba el momento perfecto para huir.
Y entre la cordura y la razón, una voz violenta me recordaba
constantemente que de allí no iba a salir.
Y no quedaba más que sollozar en las noches,
en constante agonía.
A la espera de un alma piadosa, que me alegrara la vida
con su dulce compañía.
Pero sabía que ese era un sueño de poca cordura.
Que nunca encontraría un alma como la mía.
Piadosa y dulce.
Y sólo me quedaba la voz, como desagradable compañía,
que de a ratos me pronunciaba, que era la única que estaba allí.