Quién sino tú
puede imponerse a la noche
para vestirla de lino
y contextualizarla
entre un crisol
de cegadoras piedras.
Tan solo tu apoteósico influjo
la pone a levitar por encima
de mi somnolienta elucubración,
haciéndola prevalecer
sobre lunáticas esferas.
Quiénes sino nosotros,
de tanto desear poseer
sus gráciles términos,
podrían haber terminado
poseídos por el deseo.