En el cielo nubes chispeaban y pequeñas gotas bajaban,
desde su cauce caían por mi rostro y se deslizaban,
ajenas al discurso, que la tormenta, efímera presagiaba.
Fueron ríos de agua extenuada que de rabia yo lloraba,
pues perdió el tiempo, como el agua que resbala cansada.
Quise gritar y quedé horrorizada; al mirar las aguas,
mis labios permanecieron sellados por el amor rechazado,
sabiendo que yo no caería en el infierno de los malvados.
Puse las manos hacia un encuentro apasionado, y muy lejano,
por un amor que nunca fue ni leal ni perdonado.
Y como una cuenta que nunca saldaba, yo grité que te odiaba,
pero el acantilado no contestaba; el ritual no terminaba,
por la macabra distancia, que de mí se apoderaba.