Las despedidas tienen brazos de hielo,
olor de flores muertas,
de promesas
que no se llegan nunca a escribir.
Ya sabes cómo son las cosas,
vienen
y van, no queda sombra ni recuerdo.
Quizá los tiempos nos han convertido
en los ropajes tristes, la piel muerta
que sigue siendo dulce
demorando la pasión. Cada calle
de nuestro amor no fue sino un destello,
una caricia rápida y fatal.
Uno escribe un poema,
habla de sí mismo,
trata de herir alguna soledad
dejando atrás promesas y abandono,
sombras que sienten frío al abrazarnos.
Bajo la luz de bares ya cerrados,
abro los ojos mientras cae la lenta
noche. Tal vez algún día comprenda
-con la paciencia eterna de los ríos
la soledad que habito.