Un amor gigantesco, inmarchitable,
dominaba mi espíritu poético;
y en delirio mortal, y muy frenético,
te adoraba de forma incontrolable.
Eras fuente de luz inagotable
con un halo romántico y magnético,
que traía del cielo lo profético
del misterio que tiene lo insondable.
Más un día marchaste de repente
y rompiste mi ensueño florecido;
de tenerte a mi lado eternamente
y sintiendo de tu alma su latido;
que atizara con ansia muy ferviente
la pasión que tu habías encendido.
Autor: Aníbal Rodríguez.