Nadie es poeta en su tierra.
Cabalgué el siglo catorce
entre astracanes y bulerías,
me di de bruces con la vida
hasta que me dieron las doce.
El goce del que gocé de joven
me mostró la dramaturgia
que llevo dentro.
Dicen que los poetas somos
pintores y filosofos a ratos,
asimismo nos tachan de matagatos
sin haber matado, si acaso uno.
Conque me siento moruno
de la morería hasta el tuétano,
así lo atestigua el almuédano
que preside mi mezquita.
No me levanto una mañana
sin postrarme devoto ante Alá,
las luces del día me dan
cuando sobre la tierra rezo.
Que un beso de mi boca vaya
a la mejilla sonrosada de Fátima,
que venerada por la morisma
se yergue sobre la Kaaba alada.
Antes de entrar a la sala de oración
rindo devoto mis abluciones,
clavo al frío suelo mis tendones
y con la frente rompo el silencio,
pidiendo al porvenir que nada pase
que Dios para mi estirpe no quiera.
Tras del bisbiseo ambiente
me levanto mirando a la quibla,
doy media vuelta hacia la salida,
me pongo las alpargatas
y salgo a lo cotidiano.
Por las calles que transito
me sorprenden las celosías,
miles de ajimeces me sonríen
abriendo sus pétalos al paso,
el prójimo me brinda abrazos
y Alá de largo los bendice.
Llego a mi hogar y descanso...