Después de la resurrección. Día I.
ESPADA
Hace poco mis ojos sangraron hasta morir;
y ahora que revivieron, agradezco a las manos
que hicieron posible ese crimen.
Cuando abrí mis nuevos ojos,
por primera vez,
pude ver un cofre dorado vigilado por demonios;
ahí, entre tantas cosas,
se escondía una motivación fría
y unos talentos cubiertos de polvo.
También vi un espejo que me perseguía y me dijo:
«Todo este tiempo fuiste una espada
con cualidades legendarias,
pero sólo te desenvainaste
para adornar una casa escondida».
Me envolví de ardiente furia, era la cruda realidad.
empuñé mis manos,
y atravesé los demonios que escondían mi cofre.
Luego me vestí con todo lo que ahí yacía,
y decidí, una vez más, cambiar mi dirección,
pero esta vez sin decir «hubiera»,
pues cada vez que pronunciaba esa maldita palabra
mi pasado me restregaba en la cara una carcajada.
Odio su risa.
Es tan absurdo pensar que, un cuarto de mi vida,
estuve frente a un camino
que era en realidad un laberinto
con puertas que me retrocedían,
sin saber que mis miedos me voltearon
para darle la espalda a mi puerta real,
—puerta que ya crucé—.
Sin embargo, no perdí mi tiempo,
Y creí reaccionar tarde, pero con estos ojos
—mis nuevos ojos—,
descubrí que «tarde» es un concepto relativo;
que el tiempo es inestable cuando de subjetivo se viste,
y que éste sólo se pierde
cuando se repite un error.
Descubrí que desperdiciar
es necesario para reaccionar,
y que detenerse o retroceder para reconstruir
no es perder.
Descubrí que un sueño no muere,
sólo se congela cuando los miedos miran por ti,
y descubrí que en el dolor
puede nacer el arte más complejo.
Con estos ojos puedo ver espacios latentes,
realidades alternas, matices con colores nuevos.
Puedo ver demonios que tiemblan.
Sí, ellos tiemblan de miedo.
Saben que mi filo
aún sigue intacto.
Aún sigue
cortante.
h.r.ales
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