Existe soledad de diversa clase:
Soledad angustiada, amargamente digerida
Soledad que se cuela en el bullicio
Se bebe en los bares y cantinas
Se consume en los banquetes y en ayunas
Se acuesta en las mansiones y burdeles
Se exhibe en lujosos aparadores y barriadas
Circula por las avenidas
Aguarda en hospitales y prisiones
Y mientras más se le huye más se acerca
Aferrándose a los oídos, cuando todo calla
Asalta entre las sábanas
Acariciando codiciosa
Las espaldas y frentes sudorosas
Soledad que hunde y enloquece
Poblada por enjambres de recuerdos
Que penetran, emponzoñando
Hasta el más recóndito rincón del ser
Vaciando y modificando su esencia
Soledad acompañada por espectros
Soledad de constantes sobresaltos
De sombras oteando en los resquicios
Asfixiante, prolífica de engendros infernales
Que avanzan sutilmente
Atacando como arañas
Minando a dentelladas el ánimo y la razón
Cada instante, todo el tiempo, largo tiempo
Pero también
Hay soledad enamorada de la vida
Apasionante y sorprendida
Soledad para degustar en plenilunio
En la tenue alborada o al palidecer el día
Soledad que eleva y que transporta
Desterrando cualquier culpa
Soledad para deleitarse entre líneas
Al compás de notas musicales
O a diestras pinceladas
Soledad anclada en el por qué eterno
Inmensa como el mar
Inquieta como lluvia
De donde surgen grandes ideas
Soledad animada por gónadas divinas
Que se proyectan como un haz de luz
Entre el caos y el dolor
Nutriendo el corazón
Soledad serena, restauradora
Capaz de percibir el latido de la oruga
Soledad. Que embelesa y se disfruta
Soledad, en fin, que une a las almas con el cielo