Caminó hasta llegar a la noche más alejada que encontró,
esperó paciente en un lugar,
allí donde las distancias no inquietaban,
mientras aguardaba que la mañana lo sorprendiera.
Quería cambiarlo todo,
impedir que sucediera lo mismo,
olvidar las horas iguales,
quería gritar que todo fuera distinto,
pero la noche no hizo nada,
impávida e inmóvil lo engullo hasta el hastío.
Laberintos ilusorios marchaban hacia el borde de la luna,
formando un sendero de bellas palabras,
una rosa nocturna se posó ingrávida sobre un rayo de luz,
el mágico brillo de su mirada se perdió en el mar.
Su alma recorrió sinuosa cada espacio de su aliento,
una caricia fútil viajó como pluma impoluta por todos los vientos,
donde el destino dibujaba los azarosos caminos,
hacia las fauces del más profundo de los silencios.