Inmortalidades escuetas
que figuran en las estanterías
desvaídas y exhaustas, que permanecen
lejos de los huesos, los que
seducen y atraen como llovizna ovalada,
sobre un rostro impermutable. Bajo
el sacrificio, libérrima piel de uva,
castigada por el acento frontal del ruido
y la tempestad, exilio cesante de partículas
vengativas. Rostros vacilantes, cárdenas materias, pálidas
crueldades, por las acacias sostenidas, invictas.
Opulencia de un cuerpo que vivifica los ámbitos
y el vientre de la introversión.
Ya se fueron por caminos insondables,
por maravillosos crepúsculos tenues,
por campanarios oxidados que emiten
su ruido de león abatido en el ábside.
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