En mis años de inquieto adolescente
me encantaban las fiestas navideñas,
pues mi novia, con frases halagüeñas,
me juraba adorarme eternamente.
Ante el niño, piadosa y muy creyente,
con miradas tranquilas y risueñas,
sus manitas, sedosas y pequeñas,
me ofrecían caricia vehemente.
Fueron cinco preciosas navidades
que vivimos la dicha más serena;
mas un día mostró sus cualidades
de coqueta y sonriente Magdalena;
pues con grandes y oscuras falsedades,
cubriría mi vida de gran pena.
Autor: Anibal Rodríguez.