Nunca supe perdonarte cuando pronunciabas mi nombre,
nunca supe perdonar aquella voz que se fue huyendo de mí,
aquella lágrima triste recorriendo almas inocentes,
y aquellas voces que nunca dijeron adiós.
Hay veces que te odio tanto,
que necesito recordarte a través de cristales;
hay veces que te odio tanto,
que mi sangre se convierte en lágrimas;
hay veces que te odio tanto,
que mi voz es sólo un quejido y alarido,
pidiéndote verte otra vez.
Pero hay veces que te quiero tanto,
que me gustaría que huyeras de mí.