No sé por qué los ojos siguen acercando
una mueca temblorosa al techo
ni tampoco el motivo que empuja un deseo
por las fronteras de su muerte
cercando una ambición por la estrechez del camino,
caminos por donde los cuerpos van dejando
su juventud y lamento.
Qué importará el agua de ese despertar profundo,
las dunas cuya brevedad angustia
si amenaza el recuerdo avejentado y leve
como una fiebre de destinos rotos.
Pálido de nervios donde arrojaron la ira,
su pecho es el reflejo del letargo de su boca.
Y una quietud armoniosa con la verdad hablaba,
con un vacío de alambres pergeñados sobre el alba.
Las palabras no suenan, pero el mundo en la quimera
mantiene su oscuro aliento.
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