A veces siento en el alma
grano de arena muy fina,
que habrán muchos de ignorarlo,
pero que a mí me lastima.
Entonces lo voy cubriendo
con versos que lo suavizan,
versos que son como vendas,
que van ornados con rimas
para tratar de cubrir
esas filosas aristas
que me hacen doler el alma
como si fueran espinas,
que a casi nadie le importa,
aunque a muchos debería.
Después que ha escurrido el tiempo
por el cauce de la vida
-a veces son varios años,
a veces menos de un día-
me cierro como una ostra,
me sumerjo en mi agonía,
y usando mi vieja pluma
y alguna que otra hoja limpia,
con un puñal de palabras
logro abrir el alma mía,
y cual si fuera una perla
saco un poema que palpita,
que aunque no sea nacarado,
a veces lo veo que brilla.
Estando la perla afuera
son pocos los que meditan
en el dolor que la crea,
el sufrimiento que implica,
y de esos quizás ninguno
sepa que, de esas heridas,
hay muchas que nunca curan
porque jamás cicatrizan.
Aunque no esté ya la perla
en mi interior escondida,
las heridas que no cierran
duelen como el primer día,
pero no saldrán más perlas
por la pena padecida.
Tal vez es karma de poeta,
quizás es ley de la vida,
más, a pesar del dolor
siempre dará la poesía
perlas de un brillo especial
que hacen olvidar la herida.