Su rostro se desfiguraba en una memoria a la cual le prometió ser inmortal.
El aroma de ese cuerpo ya no le pertenecía, huía en el aire y en el tiempo.
Le quedaron marcados aquellos brazos, aquellos besos, aquellos ojos; pronunciados en el alma pero invisibles en la piel.
Se desvanecieron las palabras, su tono se deshizo, y la melodía se perdio.