Caminando por el laberinto de mis pensamientos encontré una puerta cerrada con candado. Pasé de lado y durante mi recorrido encontré otras, abiertas.
Visité varias habitaciones de mi memoria; en unas sonreí con melancolía, en otras, reí a carcajadas y en otras más, lloré de tristeza. Estaba contenta por recordar muchas experiencias de mi vida.
Cuando regresaba de aquel paseo volví a ver aquella puerta cerrada. Intenté abrirla pero me resultaba muy difícil hacerlo. Necesitaba una llave para abrir el candado. Frustrada y un poco cansada seguí mi camino de vuelta. A punto de abandonar los hilos de mi memoria, vi una llave en el suelo, llena de telarañas y polvo. La tomé y regresé hasta la puerta que tanto me intrigaba. Cuidadosamente la metí en la cerradura y abrió. Entré sigilosamente; estaba muy oscuro. Alcancé a escuchar a una niña llorando aterrada. Agudicé la mirada y la vi. Estaba en un rincón abrazando a una muñeca y no dejaba de llorar. Un escalofrío recorrió mi espalda y un dolor agudo lastimó mi estómago. Un nudo se me hizo en la garganta y corrí hasta ella. La abracé con fuerza y la consolé. Una vez que se tranquilizó, la tomé en mis brazos y la saqué de ese horrible cuarto. La llevé a uno donde todo era alegría, risas y paz.
Me despedí de ella sonriendo y con un largo y profundo suspiro regresé a la realidad.
Anna Gutiérrez.