Hay un subsuelo de objetos
adormecidos. Impulsados
por el viento, aterrizando
sobre tejados y azoteas quebradizas.
Hay una gloriosa vacilación de atmósferas,
cuyo empuje gotea líquido
sobre el beso de las fundiciones
desalojadas.
Hay madrigueras escarbadas con los ojos,
galerías de cuarzo oprimidas cerca de los labios.
Hay un gimoteo de aves y un lugar desplazado
por las frondas, y en la tierra, unas manos solitarias
de niño, que agrupan silentes minerales de antracita.
Existen esos medios sellados por un laberinto de pinares,
esos gritos auxiliados por la lentitud de los bueyes,
y esas inmensas formas que produce la reunión
de las piedras.
Sobre el camino, materiales vegetales invaden
la acuosa sencillez de las columnas derrotadas.
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