Arrastro mi maleta negra por Berlín
dentro de ella están mis recuerdos, mí pasado
las fotos de la mujer que siempre me adoro
a veces la llevo a pasear en su urna plateada
solo yo conozco el contenido de mi maleta
me duele los pies de tanto caminar sin rumbo
me duele la cabeza de tanto pensamiento absurdo
Se repartieron el mundo,
ahora nada nos pertenece,
ni siquiera la voluntad,
ni la libertad que nunca la viví,
el sol empieza a calentar,
mis recuerdos se quedaron congelados,
como extraño a mi mujer querida
la vida ha dejado de tener sentido.
Los zapatos me pesan,
me cuesta caminar,
mi cabeza está llena de preguntas sin respuesta,
mi corazón partido se cae a pedazos en las plazas y parques,
las calles vacías compaginan con mi mundo vacío,
a veces pienso que estoy demás en este mundo,
soy ya pasado,
una casualidad que respira y camino.
Camino buscando la muerte,
nadie me espera en casa,
todos se esconden de mí,
los niños me evitan,
los jóvenes me miran como si fuese un alma en pena,
a veces creo que vivo en un mundo paralelo.
Cualquier momento encuentro a mi mujer
siempre la llevo conmigo,
es mi prendedor de oro, plata y diamante,
la llevo en lo que queda de mi cuerpo,
colgada de mi alma destrozada,
dentro de mi corazón herido.
La conocí en la noche más fría de vida vivida,
en la noche más oscura que unos ojos se pueden imaginar
en la noche más estrellada que uno puede contemplar,
creí que el cielo se caía a pedazos,
por el peso y cantidad infinita de cuerpos estelares.
Quién era la mujer que estaba a mi lado,
una ilusión,
un lucero con cuerpo y alma,
Venus enviada por Zeus,
un ángel perdido sobre la tierra,
o el ser que siempre desee.
Tenía la mirada perdida,
estaba nerviosa,
temblaba su cuerpo,
su blusa era transparente como el agua de manantial,
podía ver sus pechos hinchados y sus pezones rosados,
sus ojos eran negros y su cabello rojizo.
Sus labios rojos y sus dientes, dos filas de diamantes pulidos,
su cara tenía la forma de una musa de Botticelli,
su cuerpo lleno y torneado como una musa de Rubens
vestida de negro como una viuda del Greco,
esa imagen nunca se ha ido de mi memoria,
lo mejor de los cuadros humanos vivientes.
Como la extraño,
como la añoro,
nunca la perdí,
siempre está conmigo,
ella vivirá después de mi muerte,
ella será mi último suspiro,
el último momento de mi muerte deseada.
Soy un fantasma en negro,
arrastrando cadenas,
respirando los últimos átomos de aire,
recogiendo los pasos recogidos
y mis sombras proyectadas.
Me despertaré en un hospital abandonado,
una cama fría y estrecha,
una cama pegada a una pared húmeda,
en un cuarto sin aire ni luz,
un callejón sin salida,
mi muerte en lo oscuro y frio.
Preferiría morir caminando,
morir de cansancio, de hambre, de soledad,
morir de abandono, de desesperación.
Mi vida fue corta, larga, feliz, triste, dura,
tenaz, cruda y llena de ti mi Venus muerta,
mi reina sin corona,
muere por culpa de un virus creado,
un virus similar a la avaricia,
al egoísmo,
al poder excesivo.
Se fue mi amor,
mi ilusión,
mi razón de vivir,
me voy con ella,
me marcho para siempre
se me va el aliento,
he dejado de existir.
Walter Trujillo Moreno, Marzo 2020