andrea barbaranelli

Alba

Nos quedamos absortos en un mundo iluminado

por una luz que nace

en él, en la Tierra,

en sus entrañas,

en su nocturna intimidad: no es

la luz que lanza desde afuera el sol,

a través del espacio,

sino la propia luz de la Tierra,

el fuego que la quema por dentro,

la luz que emana dentro de ella del fuego

apenas cubierto por una cáscara sutil de roca.

A pesar de las tinieblas, a pesar

de la oscuridad que nos envuelve antes del amanecer,

percibimos el calor y la luminosidad de los mares,

de sus aguas profundas,

el color y la luminosidad de las selvas

con cada árbol,

con cada una de sus hojas que se estremecen

esperando la salida del sol

para empezar su trabajo de metamorfosis

de lo inorgánico en lo orgánico,

de la muerte en la vida,

de la vida en la muerte.

Pero la vida está dentro de ella,

dentro de sus vísceras,

ella, la única capaz de tener un equilibrio

milagroso entre el frío absoluto

en el que hasta los sueños se congelan,

y el calor de fusión nuclear de las estrellas,

en el que ni siquiera los átomos sobreviven

sino que se escinden y revientan.

Nuestra Tierra tan singular, cariñosa y tremenda,

como lo es el amor,

nuestra Tierra que nos dio

la oportunidad de abrir los ojos y vivir,

tiene su luz interior desde cuando

fue un pequeño núcleo de fuego en el universo,

un fuego, un calor, una luz como la de las estrellas

que nosotros seguimos percibiendo bajo nuestros pies.

Es todo lo que tenemos, perdidos

en un espacio aparentemente sin confines.

 

Nos quedamos, pues, absortos, percibiendo

esta luz que crece, esta luz

que llega desde la oscuridad más profunda

hasta las cumbres más altas.

Nos quedamos absortos en el borde del día

que entrará triunfante, dentro de unos momentos,

el día eterno, infinito,

imprevisible y antiguo, si antiguo

es un universo desde cuyo comienzo,

desde ese bigbang

no menos misterioso e inexplicable del gesto arbitrario

de un caprichoso dios creador,

nos separan trece mil millones de años

trece mil millones de revoluciones de nuestro planeta

alrededor del sol, o si, al contrario,

solo existe el instante presente,

sin pasado ni futuro, el instante

en que se crea el universo,

este instante fugaz

como el batir de las alas de un colibrí o un pestañeo.