El cielo es un cementerio de estrellas
y la bruma hace de mis ojos laberintos
en los que me siento tan pequeña.
Y tú todavía me miras
desde fuera
y me dices en la oscuridad
que vendrás a buscarme
y que no tenga miedo.
Miro al cielo, y contemplo,
un océano de estrellas muertas.
Me tomo un instante efímero
para contemplar la nada
y de repente
no siento ya la mano de mi abuela
y la sombra de su voz
estalla en aquel silencio.
Entonces me doy cuenta
de que no hay nadie.
Miro la sombra de algún dios
como un manto aterrador
de muerte y tiempo.
Y solo veo en la oscuridad
el reflejo de estrellas moribundas
que realmente nunca existieron.
Me coges de la mano
y recuerdo
que sigo estando aquí.