Yo la recuerdo con alegría
cada mañana de mi existencia;
porque su rostro de luz tan límpida,
era mi estrella.
Eran mis horas, las mas divinas,
cuando escuchaba su voz tan tierna,
llena de arrullos que parecían
lindas cadenzas.
Nunca del alma brotaron versos,
como las tardes que nos amamos,
bajo los cedros;
cuyos ramajes nos cobijaron
como si fueran preciosos flecos,
de regio manto.
Autor: Aníbal Rodriguez.