Lourdes Aguilar

CUANDO SUEÑAN LOS NIÑOS

  Todavía hay niños que no temen a la oscuridad, porque saben que detrás de la noche más nublada están las estrellas y la luna, por eso esperan a que su mamá les apague la luz y cierre las cortinas después de darles las buenas noches para que, una vez sabiendo que ya nadie entrará, se levanten a descorrer y abrir la ventana; sentados en el marco miran las estrellas, tendiendo hacia ellas sus brazos inocentes y señalan con sus dedos algún punto para formar figuras; el aire fresco les roza entonces las mejillas y sonríen, seguros de que otra vez bajarán, porque la oración silenciosa de los niños siempre se escucha allí, donde los engreídos hombres requieren de escandalosos y complicados aparatos para llegar; ésos niños regresan a la cama y se recuestan con la vista fija en el escarchado cielo para esperar, como solamente las almas puras saben hacerlo a que las estrellas se remuevan en el cielo como un gran rebaño y se acerquen balando hacia ellos, como inmaculados borreguitos que llegan entrando por las ventanas, atravesando paredes, flotando apenas sobre las sábanas limpias, impregnándolos de luz, lengüeteándoles sus rostros y les lleven sobre sus lomos a cielo abierto, donde otros niños montados sobre otros tantos borreguitos se reúnen para jugar.

 En esas alturas los borreguitos se transforman en conejos que brincan por entre el corro de niños, ningún lirio, ninguna nube, ni siquiera la lustrosa pelusa de los conejitos es tan blanco como la inocencia que reviste a esos niños; ningún trino de pájaro, ningún murmullo de agua, ni siquiera el fresco roce de las hojas de los árboles es tan argentino como la risa de los niños que revolotea traviesa, mezclándose entre los albos conejos; después de otro rato, los conejos desaparecen, brotando de las manos unidas de los niños convertidos en palomas, palomas que ascienden y descienden en círculos sobre sus cabezas, porque los pensamientos de los niños son como migas de las cuales la paz se alimenta, por eso a los niños se les debe arrullar a fin de que esos pensamientos crezcan y alimenten a más y más palomas; esos niños y esas palomas forman el único lazo, el único puente entre la vida y la muerte, la vida que es alegría y la muerte que es vuelo, así empiezan sus sueños y si se alejan y no vuelven es porque flotan en el cielo esperando unas manos de donde brotar.

 Los niños que así sueñan después ven convertirse a las palomas en caballos, unos finos y robustos corceles albinos que los acompañan en sus aventuras, donde forman un ejército para defender su imaginación en contra del arraigado escepticismo de los adultos, son sus caballos los guardianes que antepondrán sus pechos para protegerlos de los incrédulos ataques del adulto que amenaza con destruir su creatividad en aras de su ciencia arrogante, caballos y niños dejarán huellas en su caótico mundo, sobre la roca si es preciso para demostrar que nada es más perdurable que la nobleza de un sacrificio, los niños en lomos de sus corceles llegan a lugares inasequibles donde la fantasía les recibe como héroes, donde la sangre no tiñe con su marca dolorosa el suelo que pisan ni los las palabras agreden punzantes sus oídos; los niños que así sueñan deciden regresar para darles la oportunidad a sus padres de tomarlos en sus brazos y decirles cuánto los aman, por eso acarician a sus corceles hasta que sus castas manos los convierten de nuevo en simples borreguitos que marchan despacio, entonando canciones de amistad, pero no del amor posesivo de los adultos sino del amor que es como el agua que beben en el cielo, así de transparente e inagotable, del amor hace del elemento hombre un humano verdadero y eterno, no ése que tanto se empeña en moldear como campeón para sobresalir por encima de sus congéneres dejando estelas de frustración y tristeza a su paso.  Los niños que así sueñan van acercándose optimistas a la ventana oscura de sus casas, guiados por la respiración de la mujer que los guardó ilusionada en su vientre durante meses y por los latidos del corazón del hombre humilde que puso a disposición de esa mujer su inteligencia y su valor; los niños que así sueñan ven de nuevo su cuarto lleno de lanudos visitantes, les dan las gracias por su compañía y los ven alejarse hacia la llanura infinita donde serán apacentados por los ángeles hasta la noche siguiente, durante noches siguientes, porque los niños que así sueñan no dejan de ser niños a pesar del tiempo, saben confiar en los ángeles aunque no se vean, porque saben que en ésos campos de hermandad y alegría ellos los observan complacidos, son ellos los que producen la magia de las transformaciones y quienes les susurran a los oídos las canciones que alegran su camino, entienden que los ángeles se asfixiarían en medio de tanto humo o serían cazados como patos si se atrevieran a bajar, comprenden que ellos son el único medio de volver al mundo un campo abierto a los sueños, y con su ayuda puede recuperar su capacidad de amar, los niños que así sueñan despiertan rodeados de un halo imperceptible para sus padres, ellos no saben que el aura de un niño es el polvo de las estrellas que todas las noches llega hasta la cama de sus hijos a pesar de haberles cerrado la ventana.