En la medida de lo inmedible,
hay días que no puedo quererte: y te quiero.
Más que la acción de deseo,
como un murmullo.
No describo sino el atisbo de sed,
la necesidad vuelta primordial,
el inverso de soledad,
el reverso de cada eclipse.
¿Qué metáfora produce ansia como pensarte?
Ya no sé,
ya lo sé,
sobre las horas salvajes de ser uno mismo,
encontrarse impávido y humano.
Lateral y plano en la cornisa de la selva,
la maleza incontable, el cámbrico y la pangea debajo.
El ardor del magma de cada idea.
Yo una mente.
Tu mente,
un mundo dispar atravesando no sé qué dimensión,
¿imaginando la vida?
Me planteo con miedo el opio de mirarte y amanecer
en tu suerte.
Contraer mi propio incendio cada hora.
Alucino ser el inexistente que existe,
la mordedura de grifo,
pasado implantado en todo el tiempo,
la peste sistemática e invasiva que no duele,
autómata vuelto reacción y pecado,
con tantos privilegios que parezca un atropello.
Al final ser el final, lo que va y nunca viene: el obsesivo.
Encuentro y desencuentro,
amor solo y desbocado, perdido, ya no encontrado,
tuyo en bocados,
en alarmas de terremoto,
a materia y contrarreloj.
Somnífero de día, sueño en tu sueño.
Coincidencia inventada y forzada,
solamente en la sílaba de cada hora
que encontramos alguna vez .
Pero hace falta saber
dónde estamos.