El tic tac no suena,
el crujir de los muebles a media noche
¡no lo oigo!
¡Te escucho a ti!
A tu furía desenfrenada
tu furia silenciosa,
ese coraje ahogado en saliva amarga.
No suenan más los gatos en el techo
ni el grillo impertinente
ni el ratón de la cocina.
Te oigo a ti, con gritos acérrimos
gritos que llevan mi nombre
gritos del pasado y del presente
gritos prolongados que se guardan en ti.
Y tú no los dices
pero yo los oígo,
los oígo y no sé si tú los oyes
si los sientes como saltan,
saltan hasta tu garganta,
y luego caen
caen hasta tu silencio,
caen y y rebotan nuevamente,
y quizás no los oyes,
pero yo sí,
y me friegan la noche
y me friegan el sueño
porque no escucho el tictac
ni a los grillos
ni los ratones
nomás te oigo a ti.
Un cántaro de baile amargo,
un cántico de soledad y despecho
un recuerdo añejado, envenenado
¡Estoy cansado de pensarlo
de meditarlo!
¿Qué es? ¿Qué dicen?
¿Qué dicen las voces que oigo pero no entiendo?
¿A qué responden tus ademanes invisibles,
tu rubor pálido,
los ojos discretos?
¿Qué carajos? ¡Qué carajos!
El tic tac no suena
las tuberías chupando el agua
¡No las oigo!
Ya no las oigo
Nomás a ti, nomás a ti te oigo.