Yo soy una joven común y corriente, crecí en una ciudad populosa como cualquier otra pero a pesar de eso nunca me he acostumbrado a su ajetreo, al tránsito de sus calles ni a la prisa de su gente. Por aquél entonces trabajaba en un supermercado y acababa de cumplir dos años laborando cuando decidí tomarme unas vacaciones con mis modestos ahorros, suelo invitar algún familiar o amiga cada vez que viajo a provincia, atraída por la necesidad de aire fresco y tranquilidad, en mí esas excursiones funcionaban eficazmente y las esperaba con ansia pero por esas fechas nadie estaba disponible por lo que, un poco frustrada decidí viajar sola y me dirigí a un pueblito del sur, famoso por sus paisajes, su pobreza y su producción de ámbar, mi gema predilecta.
El camino fue muy pintoresco así como el pueblo y como no era grande pude recorrerlo en pocos días, visité su iglesia,sus parquecitos con vista hacia las montañas, el mercado donde saboreé su comida típica y admiré su variedad de ámbar, luego de dejar mis compras en la posada fui a la plaza y le pedí a un taxista que me llevara a algún lugar de recreo cerca del pueblo, debo mencionar que el taxista en cuestión me llamó la atención por su sencillez y buen trato,lo cual en mis experiencias anteriores podía considerar peculiar en un pueblerino varón, además de que éste (unos años mayor que yo) tenía un porte garboso y un bigotito de cantante de rancheras muy atractivo para mí; él me habló de un río en las afueras, un tramo poco frecuentado donde el agua corría despacio y había gran cantidad de peces, sin contar con la belleza natural de su vegetación, además de la llevada y tratándose de un lugar solitario se ofreció también a esperarme para el regreso por un precio razonable así que no dudé en aceptar su oferta y en ese momento nos dirigimos al mencionado río, al cual se encontraba aproximadamente a una hora trayecto, el cual amenizó por su plática en la que describió su casa y me contó varias leyendas locales.
El sitio en cuestión me encantó a primera vista, era tal como me lo había descrito: hermoso y solitario por lo cual se escuchaba nítido el suave roce del follaje y el rumor del agua cristalina en su cauce que se deslizaba sobre piedras de diversos tamaños formando de tramo en tramo pozas poco profundas, se escuchaban así mismo diversos trinos y consideré bien invertido mi dinero, así pues el taxista me dejó en la ribera y regresó para vigilar su vehículo pidiéndome gentilmente que no dudara en llamarlo si se me ofrecía algo, agradecí sinceramente su gesto y empecé a caminar descalza por las orillas solazándome a mis anchas, había comprado un par de panes en el camino y los saqué para disfrutar mientras recorría el lugar; en eso estaba cuando me sentí observada, algo inquieta miré hacia todos lados y después de fijar detenidamente la mirada detrás de unos arbustos pude ver a un chiquillo de unos cuatro años asomando su cabeza detrás de un árbol, respiré aliviada pues pensé que se trataba solo del hijo de algún habitante de esas montañas, lo ignoré y seguí paseando, me acerqué a una roca que sobresalía de una de las pozas y levantando mi falda a la altura de los muslos me dirigía ella para sentarme, con el agua cubriéndome las rodillas seguí disfrutando de mi pan mientras los peces se acercaban golosos a comerse las migajas, el niño, al verme ahí se animó a salir de su escondite y se acercó despacio, escrutándome con la misma curiosidad con la que yo lo escrutaba a él, y había motivo, pues éste niño estaba descalzo y desnudo salvo un pequeño taparrabo hecho al parecer con piel de conejo u otro animal parecido, era moreno, su cabello lacio y negro le caía abundante tapándole las orejas y cayendo hasta los hombros, su cara era redonda, su nariz achatada y sus ojos grandes y vivaces, se veía algo flaco, pero lo realmente distintivo en él era un carcaj con flechas que llevaba en la espalda y el arco hechos al parecer de una madera muy fina y acordes con su estatura, el padre o algún tío realmente se habían esmerado en hacer el conjunto; cuando vi que esbozó una sonrisa me animé a preguntarle:
-¿Quién eres?.
Para mi sorpresa el niño me contestó clara y firmemente:
-Cupido.
Casi me atraganto con mi pan, había escuchado nombres realmente chuscos, pero éste me era el már ridículo de todos; mientras “Cupido” me miraba muy serio, cuando me hube calmado dije:
-Qué padres tan inconscientes tienes, no saben lo que te espera en la escuela cuando sepan que te llamas así.
-No tengo padres ni voy a ir a la escuela, soy Cupido.
Era la primera vez que encontraba un chiquillo que se expresaba con tal convicción, hablaba un español tan perfecto como el mío y quien quiera que lo estuviera instruyendo hacía un trabajo excelente, por lo que me quise averiguar más.
-A ver, peque, ¿entonces vives aquí en el bosque?¿solo?¿cazas con esas flechas?
-Vivo solo, pero no cazo, soy Cupido.
-¿Entonces para qué quieres esas flechas?
-Ya te dije, soy Cupido.
Estaba intrigada y también divertida por la insistencia del niño, no podía creer que realmente supiera qué era un Cupido así que me acerqué al cauce para examinarlo mejor, como si adivinara lo que iba a buscar se volteó para mostrarme su espalda, pero lo único que vi fueron unas alitas largas y transparentes como las de un libélula que sobresalían de cada omóplato, tuve la fugaz tentación de arrancárselas para averiguar con qué estaban adheridas pero me contuve, después de todo sólo era un chamaco y seguramente se las habían colocado para jugar así que preferí sentarme de nuevo en la piedra, el chiquillo me siguió y se sentó cerca de mí mí diciéndome:
-Ya sé que estás aburrida en tu trabajo y ninguno de tus compañeros piensa en otra cosa que irse de juerga y comprarse chucherías, sientes que el tiempo pasa y estás decepcionada porque no encuentras a nadie que congenie contigo, yo te puedo ayudar a encontrar un buen amigo.
La cháchara me dejó atónita sobre todo porque era algo en lo que no había pensado, pero que describía perfectamente mi estado de ánimo durante las últimas semanas, miré al chiquillo algo molesta y le dije:
-Si la haces de vidente para sacarle dinero a los visitantes mejor vete, no sé cómo diablos te las arreglas para hablar tan bien pero a mí no me engañas, hasta donde sé Cupido es un angelito bello y regordete, además de sonrosado por lo tanto si tú eres Cupido yo soy la Diana Cazadora y no pienso jugar tiro al blanco con un mocoso.
Esperaba que aquello desanimara al malcriado pero para mi sorpresa prosiguió como si no me hubiera oído:
-Te cae bien Hugo, pero Aurora se la pasa seduciéndolo, aunque a él sólo le interesas tú, aunque no te parezca guapo te aseguro que tiene muy buen corazón y sabe ser fogoso.
-Qué confianzudo eres chamaco, ¿tienes alas no? Entonces vuela, no me interesan las novelas…
-A veces te sientes atraída por Mónica, y aunque no lo creas ella también tiene curiosidad y quiere probar algo nuevo, sus senos y sus piernas son naturales y le caes muy bien, si tomas la iniciativa te corresponderá, verás que es una chica muy discreta, a ella le gustan tu…
Francamente ya me había hartado su desfachatez y esa última insinuación se me hizo ofensiva así que aventé el resto de mi pan y le repliqué enojada:
-¿¡Cómo voy a creer que un ángel del amor se atreva dar ese tipo de consejos!?, eso es contra natura, no has de ser ángel sino sátiro, por eso andas flaco y solo, nadie te quiere ¿verdad?
Sin inmutarse, aunque menos efusivo contestó muy digno:
-¿Quieres cupidos rubios y regordetes? Entonces debes irte a Europa, estás en México y todo es reflejo de su entorno, además, si me ves flaco es precisamente porque los hombres y las mujeres ya no se quieren enamorar, desprecian el amor y la amistad que es lo que me nutre,¡ah!, cómo complican y confunden el amor los humanos, se imponen tantas reglas y requisitos para que al final terminen separándose con el primer desacuerdo ¿quién los entiende? No permiten fluir la simpatía, no dejan madurar los sentimientos, tienen demasiados prejuicios, como si el amor se limitara a erotismo y placer ¿qué mas da si es entre el mismo sexo? Se supone que son muy liberales, esa es su mentalidad moderna ¿no?
-Parece que a los escuincles aquí les encanta ir a las cantinas y luego desfrazarse para repetir las estupideces que escuchan, sólo falta que salga un fauno tocando su flauta, tengo tantas ganas de agarrarte a nalgadas…
-Hace poco venías tan feliz escuchado al taxista que tus dedos sentían deseos de acariciar su bigote, suspirabas viendo sus manos toscas sobre el volante y querías que te acariciaran las piernas durante el trayecto, hasta deseaste que te invitara a conocer su jardín lleno de flores y se te antojó un pan con chocolate recién hecho en una taza de barro sobre su mesa de madera rústica, embobada escuchando más historias y hasta te viste caminando de su brazo junto al río.
Aquello me dejó muda, si bien era cierto que el taxista se había comportado con educación y físicamente me parecía apuesto e incluso estuve fantaseando un rato con él nunca habría pasado por mi mente que yo pudiera formar un hogar en un pueblo, estaba segura de que me sentiría horriblemente aburrida en poco tiempo.
-¡¡Piche rapa…!!
Me abalancé sobre el chiquillo con intención de arrancarle sus alas y romperle todas las flechas en su cabeza, pero antes poder terminar la frase caí de bruces sobre el río y cuando me levanté (completamente empapada) lo vi a unos metros de distancia, parado sobre una rama, me agaché con la intención de recoger unas piedras para aventárselas, pero al erguirme el mocoso ya tenía preparada una flecha y en un instante la disparó.
Debo decir que lo que sentí no fue para nada amoroso, al contrario, un horrible ardor se clavó en mi pecho, tan intenso como si la punta de la flecha hubiera sido tallada con algún chile, el ardor insoportable me hizo revolcarme desesperada en el agua, arrancarme el brasier y sacar a gritos mi bien guardado léxico arrabalero, me palpé desesperada el pecho pero de la flecha no había rastro.
En algún momento el ardor cedió, y entonces pude a cierta distancia atrás entre los árboles al taxista, contemplándome entre divertido y apenado entonces empecé a oir campanillas mezclándose con el rumor del río, y los dorados rayos del sol parecían haber esparcido diamantina sobre los árboles, sobre el río, incluso sobre el mismísimo taxista.
En otras circunstancias le hubiera reprochado la desfachatez de haberme espiado todo ese tiempo a pesar de que seguramente mis gritos pudieron haberse oido fácilmente hasta la carretera y el espectáculo que le había proporcionado al revolcarme en el agua como poseída, sin brasier y gritando a voz de cuello cuanto insulto se me vino a la mente, para él debía ser lo más divertido que había presenciado en mucho tiempo, pero estaba tan contenta que, dibujando una sonrisa, estiré la mano invitándolo a refrescarse.