Hace días que no me veo ni siquiera en los espejos
de los charcos, y huyo para encontrarme.
Las escalas de la noche guían mis pies
hacia la cumbre, y con pasos indolentes
marco el ritmo en la subida, baile lerdo
que al minuto me incomoda.
Busco paz para mi alma y lucidez para el verso
y sé que puedo encontrarlas,
porque conozco el aparte donde curo mis heridas
o simplemente me indago.
Arriba, ya a cielo limpio, me siento ombligo del mundo,
parte esencial de universo, y en mis delirios de Ícaro
alas de plata me elevan hacia un planeta fingido.
Pero hay un lastre en las sombras
que desvanece mis sueños,
y se empeña en arrastrarme adonde los hombres
se enfangan en su barro primitivo.
¡Ay, larga noche de ausencias!
Noche que te despedazas sin que nadie lo remedie.
Qué nimio me veo ahora entre lo ancho y lo inicuo,
entre el influjo que duerme y la angustia que me oprime!
El astro envuelto en un nimbo levanta su torpe vuelo
y no mira hacia la tierra.
¿Qué sucede?, le pregunto.
No contesta, pero sus largos pinceles
manchan de carmín las nubes.
Quítate el vestido rojo, le sugiero.
Ponte el de escarcha y violeta o aquel con lunares
Verdes que luces en las verbenas.
De rodillas miro al limbo,
pero hay un tiempo de inquietudes
en que nada evoluciona.
Luego, una aurora boreal se despliega
en bello lienzo por los ámbitos
y una brisa cadenciosa rumorea entre los pinos.
Yo vuelvo sobre mis pasos con un signo de certeza
y un poema en la retina.
© José María García Plata