kavanarudén

Un sentir profundo

 

 

Lentas pasan las horas.

Puedo escuchar el tiempo que destila en mi viejo reloj de pared.

Me hace compañía un libro (excelente amigo). “El largo camino a casa”. Hermosa historia que me sumerge en un mundo real, en la cruda realidad que fue la guerra. Sueños rotos, miseria, dolor, muerte pero también esperanza, amor, entrega….la vida misma, diría yo. Esa vida compuesta de subidas y bajadas; días de sol, pero también grises, oscuros y  no por eso menos hermosa. 

Enciendo mi ordenar y lo primero que hago es poner música. En este momento “Fall on me”. Un hermoso tema. La versión que disfruto es la de Christina Aguilera, a Great Big world. Sublime, lo mejor para introducirme en mi mundo de fantasía, de musas incansables, para entregarme a la escritura.  

Las calles desiertas por causa del covid-19. Se me hace extraño no escuchar el incansable tráfico a través de mi ventana, las conversaciones de los transeúntes, la risa o llanto de un infante, el ladrido de algún perro… La ciudad parece desierta; dormida con la esperanza de despertarse en medio de la fiesta, la algazara que anuncie que toda esta situación ya terminó y podemos salir a la calle, poder abrazarnos y visitar a nuestros seres queridos, a nuestros familiares; poder reanudar la faena diaria, pero sobre todo, haber aprendido una gran lección.

Imposible que mi mente no vuele hacia mi patria querida. Hacia mi Venezuela amada. Ya son tantos años fuera, pero aún la nostalgia, en ocasiones, hinca sus afilados dientes en la boca de mi estómago. Me hace estremecer y no puedo contener alguna que otra lágrima. 

Cuando me es posible hablo con mi familia, nada fácil porque las comunicaciones no son fáciles (falta de energía eléctrica o conexión telefónica…) En la última conversación con mi cuñada, quien cuida de mi anciano padre (mi madre hace dos años que falleció), me decía: ...“Si no nos mata el coronavirus, nos matará el hambre”... Hay toque de queda. Es muy difícil conseguir alimentos, al menos lo necesario. Lo que más me sorprende es lo que me dice a continuación: “No perdemos la esperanza. Siempre nos viene la ayuda por alguna parte. Dios es muy grande y no nos abandona”. Aquellas palabras resuenan en lo más profundo de mi ser. Cada mañana al despertarme (no lo manifiesto a nadie) pienso en ellos. Cuando me siento a comer, no puedo evitar la tristeza, (la cual ahogo con una amplia sonrisa), pensar en mi gente, en todos aquellos que sufren en mi amada y martirizada patria.

En el silencio de mi habitación, antes de entregarme al sueño reparador, oro a Dios. No solo por los míos, sino por todos los venezolanos, los que están en la amada patria y los que nos encontramos por el mundo entero. Los que nos hemos convertido en extranjeros en tierra extraña… Cuán dolorosa es la distancia, solamente la entiende que ha dejado la tierra que lo vio nacer, no por gusto (de eso pueden estar seguros) sino por sobrevivencia y necesidad, por el futuro de los hijos que hemos engendrado, por la familia que hemos dejado, por buscar un porvenir digno…

Me pierdo entre letras, mientras el grande Ludovico Einaudi hace llorar su piano, con un sublime tema: “nuvole bienche” (Nubes blancas). Me entrego al momento, al pequeño milagro que aún me mantiene en vida. 

Lento continúa a pasar del tiempo, mientras me pierdo en el misterio profundo de mi estro…