Halló sólo un deseo y fue el deseo de la vil y tediosa insatisfactoria muerte. Y que le dijo en voz baja, -“yá he venido por usted”-, y él, frío y desolado y angustiado, sólo le faltó una condena que no viviría por siempre al lado de su amor Andrea. Y era, él, mercenario, el de la vil muerte que acecha a un pueblo desde hacía tiempo. Y él, se llamaba Bill, el mercenario más caro de la historia, era un asesino a sueldo. El que le costaba ser a conciencia fría, lo que le costaba en ser. Y halló lo que nunca a un sólo pueblo. Cuando en el albergue de su propio corazón, se debió de entretejer la red que con ponzoña y pezuñas se debió de alterar lo que quiso en ser sin conciencia. Y los fríos delirios de la muerte le bifurcan desde muy adentro, desde su propio camino y destino y desde su propio corazón. Sabiendo que la muerte llama como se duerme en el sueño eterno. Y fueron delirio fríos de una barcaza llena de fríos y de llantos, los que encerró el diluvio de un sólo dolor. Y era él, el mercenario doloroso, el que conllevó una vil desilusión, cuando se enfrío el tiempo con la muerte insospechada. Y era él, el mercenario duro, tosco, y vil, el de la muerte insegura de terror. El que acechó con la vil muerte, destruyendo el cielo en un abrir y cerrar de ojos. Cuando sólo se electrizó la vida en un desacierto inconcluso de la vil e insospechada muerte que se veía llegar. Y fue al colmado, y halló lo que nunca a un señor viejo amigo, y se dijo en la cruel mente, -“y que amigo, el amigo es enemigo, al fin y al cabo”-, cuando en el incierto mar quedó como la vil muerte ahogando la vida misma. Cuando en el mar quedó como el desierto un mar desértico, o como el pirata más fastuoso de la vil temporada. Y él, decía, “yá estoy aquí con los delirios de la muerte”. Y era él, el mercenario vil de la crueldad y de la muerte con un hálito frío. Y lo saludó, pues, fue su amigo. Y le auguró como le juró un buen pasadía, lo acechó como una daga a su presa, como la letal muerte y le recordó todo lo sucedido anteriormente vivido. Y le dijo más, -“¿te acuerdas de mí?, ¿al que le heriste de bala una vez en el costado?”-. Y él, el amigo enemigo, petrificado y adherido a la muerte se identificó más. Y le dijo, -“yo soy el que he sido siempre, el que es, era y será: la muerte”-. Lo arrinconó en una esquina, y lo hizo vomitar sus entrañas. Y fueron los delirios de la muerte, los que apocalipticamente se hizo verdad. Cuando Bill, sólo quiso ser sin pedicoj, como un reloj como el tiempo frío. Y sólo quiso ser en conciencia, lo que el alma quiso, a la vil muerte como compañera, como amiga y como unos escalofríos desnudos de un sólo tiempo. Si fue como un gran desierto el mar desértico, el que convidó la vida, ahogando la vida misma en ese mar desolado y bravío con olas fuertes como la misma fuerza. Y son los delirios de la muerte los que acecha a Bill a hacer valer su vindicta a sus víctimas. Cuando en el alma, sólo en el alma, se abasteció sin calma, lo que enredó el tiempo. Cuando en el ocaso se enfrío, el deseo a muerte. Con la vil y atrayente muerte, la que le había dicho, -“yá estoy aquí y vengo por usted”-, él, Bill, sólo Bill, se halló petrificado, mortífero y desilusionado y tan desolado. Cuando en el alma, sólo en el alma, sólo se identificó como el más vil de los sueños, como la más cruel pesadilla. Cuado en el alma, se halló lo que nunca, una oscura, pero, tan real desolación, que sólo quiso ser como el más juzgado de la manera más vil y perjurio de lo que Bill juró hacer valer su vindicta más eminente. Y era a él el que buscaba la gente, como asesino a sueldo, cuando su manera de creer en la cruel muerte sólo se sintió el deseo de vengar a su más fea herida en el rostro. Cuando en el alma, sólo en el alma, se electrizó más en saber de su corazón, a la fría tempestad, y a la intemperie desolada. Cuando sólo llega la muerte insospechada, y de terror, cuando sólo logró ver a su propia alma en su alma. Y el amigo que fue su enemigo, sólo querría, una salvación indirecta, pero, perfecta. Cuando la vil muerte le acecha cuando en la mala suerte. Sólo socavó muy adentro, lo que soslayó aquí en el mar oscuro de ansiedades y de estrés. Cuando en el alma sólo quiso entregar lo que vió en aquellos ojos: la muerte. Y sólo quiso entregar lo que fue, una sonrisa o una mueca que dejó el semáforo en blanco. Cuando la luz del alma entró muy adentro, y quiso ser ésa: la vil muerte. Cuando sólo quiso ser al cruzar el frío de la muerte, un zombie o un cruel fantasma. Pero, sólo terminó en un cadáver tan frío como tan erguida es la vida. Cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, sólo entró muy adentro de aquel interior. Cuando en el cielo, sólo en el cielo, en el alma, sólo en el alma, desafío que quedó sólo en frío. Cuando en el alma, sólo se sintió una eternidad, cuando en el alma se debió de haber hecho un cometido de luz. Que empieza y que no acabó. Que no terminó lo que comenzó. Cuando aquél hombre sólo, advirtió el enredo de que sólo quiso en ser una venganza sin poder evitar. Y el amigo, cruel enemigo, sólo quiso que sintiera la patraña muerte en su sólo corazón. Y sí, que lo sintió, lo percibió y más, quiso en ser a conciencia lo que en virtud se forzó. Cuando sólo se sintió, el deseo de ir y venir, cuando en el acecho se vió la manera más sustancial de creer en el desierto. Porque ese mar se convirtió en el desértico mar y bravío desenlace. En que se convirtió ese cruel mar. Los delirios de la muerte, se aferraron a él, a Bill, a el mercenario más convidado de la historia y el que era un asesino a sueldo. Cuando en el alma, se convirtió en una sola luz. Desatando las amarras que amarraron el deseo de vivir con la vida prestada que da Dios. Cuando en el alma, sólo se sabe que el destino es como el camino. Aferrándose el dilema, de saber que en el instinto, fue tan distinto como el haber querido amar a la muerte. Cuando en el ámbito se cuece de delirio de querer amar lo mejor cuando quedó aquí un menester de cosas. Como, por ejemplo, el haber sabido de amar, cuando en el aire, sólo en el aire se olfateó la vil muerte. Cuando en el amor se aferró, lo que cosechó más, una muerte terrible, osada y vil. Delirando en el instante, lo que más se dió, una manera de creer en la muerte más insospechada. Y Bill, juró lo que siempre debió de haber querido entregar, lo que fue y lo que nunca dejaría en ser. Cuando perjuró lo que en prejuicios, quiso ser fuerte, como la osadía en ser, y sin conciencia. Como todo un asesino a sueldo, lo idolatraban y más, lo veneraban de ser lo que era, fue y será. Como él siempre decía, -“yo soy el que he sido siempre, el que es, era y será: la muerte”-. Cuando en el ocaso frío, se enfrío, como un total interés, la muerte oscura, fría y desolada. Cuando en el amor se debió de entretejer más y más, lo que más oscureció entre aquella mirada fría y calculadora de Bill. Cuando los delirios de la muerte, socavó muy a pesar del instinto, frío y desolado. Cuando en el ambiente, se tornó pesado, denso, y cruel, cuando en el alma, se dió como inhóspito, el desenlace. Cuando en el alma, se dió como los delirios de la muerte, tan real como la osadía de saber del silencio. Automatizando lo que en la muerte se vió un barco a la luz de luna. Que desató una osadía en ver el cielo de azul y de tempestad a la misma vez. Cuando en el amor se quedó, como ver la muerte llegar estrepitosamente. Cuando en el ambiente, se tornó como la oscuridad en el frío aferrado. Y era la cruel muerte. Y los delirios de la muerte, perpetran un camino y un frío destino, en el cual, sólo caminan desde el orbitario oscuro y más tenebroso que era la muerte. Cuando los delirios de la muerte enfrascó una débil, pero, un fuerte delirio, cuando en el camino se sintió como en el invierno frío. Cuando en el aire se sintió el frío y el escalofrío. Se vió venir el instante en que sólo le faltó una caricia, una esencia, o una pesadilla, de sentir el silencio, en el cual, soslayó un desierto entre aquel mar desértico, en que sólo se percibía la muerte y, quizás, el delirio, en ver el tiempo como un cálido, pero, un momento trascendental y tan transparente como aquella vida en que se ahogaba en aquel mar desértico. Cuando sólo se allega, la muerte como el delirio en amar lo que restaba. Y lo mató delirantemente suave, con precisión, y con alta serenidad, y con lentitud. Precisando su cometido como las luces veraniegas de un torrente de luces nuevas, como el haber irrumpido, el cometido del ingrato porvenir, pero, sin vida. Cuando al jactar el instante de la vil muerte se acercó el terrible desenlace, en querer lo que más se creyó un veraniego de luces clandestinas, pero, era la vil muerte. Los delirios de la muerte, los que intercedieron con la cruel infelicidad. Y era él Bill, el mercenario más buscado, más tenebroso, más real, más irreverente. Cuando cruzó los estándares de la vil muerte. Y era su rostro, el que le dió comitiva, reacción y delirio, delirando entre la más cruel muerte. Cuando en el ámbito, cruzó, el más cruel fulgor y de los instantes, cuando en el amor sólo faltó, lo que entristeció a la más desavenencia vida entre aquella muerte sesgada y oblicua. Y era el amigo, enemigo, el que construyó un delirante delirio de los delirios de la muerte.
Continuará………………………………………………………………………