Te vas marzo.
Tu mirada triste otea el horizonte.
Caminas despacio como pidiendo perdón a cada paso.
Trajiste la primavera, en este lado del mundo, pero no hubo nadie que le pudiera dar la bienvenida corriendo en los prados, riendo en los valles, disfrutando de las flores que crecen ajenas a todo lo que sucede al rededor.
Rozas con tus sensibles dedos la natura, esa que haces revivir.
Gotas del cielo se suman a tu tristeza. Las nubes se oscurecen dando al ambiente un aire nostálgico.
El frío se hace presente de nuevo, resistiéndose a partir, besando la piel y haciéndola erizar. No hay calor posible con el temor y la muerte recorriendo el mundo.
Lloras en silencio todas las víctimas, sobre todo a quien muere en soledad, sumido en la desesperación y el terror. Extiendes tus brazos y acoges sus almas, dándoles cobijo, consuelo, afecto y todo el amor del que eres capaz. Las llevarás a aquel lugar de paz donde dolor y muerte ya no existen.
Evocas al dios romano de la guerra: Marte (Mārs) y en ese tu evocar nos recuerdas que hay batallas que se ganan con la constancia, con la esperanza, con saber escuchar y ser precavidos; que no todo está perdido y que la esperanza se mantiene viva, ya que la última palabra jamás la tendrá la muerte, el dolor, el temor, sino la VIDA.
Veo como te alejas y se me parte el alma. Volteas y me miras a los ojos, una sonrisa expresiva veo en tu cansado rostro. No necesitas palabras para embargar mi alma con tus puros sentimientos. Extiendo mi mano y te saludo, nos veremos el año próximo entre cantos de alegría, entre dulce algarabía con una lección aprendida: “No somos invencibles, somos más débiles de lo que pensábamos. El egoísmo es la triste expresión de un corazón podrido, que solo busca su beneficio y se pierde en los meandros de la envidia, expresándose en la ira, la desobediencia y el desprecio. Que todos somos necesarios en una sociedad y sin la unidad, no se puede superar el mal que nos aqueja. Que la libertad tiene un valor infinito. Que por duros e insensibles que parezcamos, todos necesitamos un abrazo, una caricia, un “te quiero”, un sentido beso y el calor reparador, entrañable de la familia. Que un simple gesto, por pequeño que sea, puede devolver la esperanza a quien la ha perdido”.