Cuan pequeño se siente el cuerpo
ante el matiz profundo del cielo.
Seduce mis ojos y al instante yo,
siento que he dejado la tierra,
le pertenezco a él, por completo, y
no reparo en los rostros que atacan,
lanzando flechas, caminando hacia la
nada rota y atrincherada a la
que todos vamos pensando en cómo huir.
Yo y el cielo, el cielo y él.
Nosotros, que no somos más que el vacío
y el escombro que lo acompañan, a él.