Como la luna, con nocturno hastío,
lleno de sueño, y luz fosforescente,
veo su rostro terso y refulgente,
igual que un ángel con fulgor impío.
Miro en sus ojos, de pasión un río,
y su sonrisa de pecado es fuente;
mas cubro el alma, del deseo ardiente,
con fresco manto de otoñal rocío.
Fuego mortal de su figura emana,
que invade el cuerpo con ardor divino;
y con su boca de sensual gitana
ofrece siempre su preciado vino,
el cual se bebe en ánfora profana,
de su carnoso labio purpurino.
Autor: Aníbal Rodríguez.