Pero, ¡mira!, ahora te llamo desde aquí,
desde el mundo del tiempo, de la no eternidad,
desde el mundo de la impermanencia, te llamo,
te llamo a ti que ya estás
definitivamente en la eternidad.
Qué raro, mi amor, hace un momento nos dejamos,
hace un momento nos despedimos,
mirándonos,
y ya eres para mí inalcanzable
como si hubieras muerto hace miles de años.
Sin embargo, hace solo un instante, tu mano
respondía a mi mano que la apretaba,
hace solo un instante
estábamos en la misma dimensión del tiempo.
Pero, ¡mira!, ahora te llamo desde aquí
y tú ya eres lejana y remota y antigua
cuanto las mujeres del mito, cuanto Eurídice,
nuestra añorada Eurídice que también, como tú,
estaba aquí hace solo un instante y, como ella,
cuando ya estabas por retornar a la luz, por asomarte otra vez
a este nuestro mundo en la luz del sol,
en la luz de nuestra historia, tuviste
que volver hacia atrás, hacia la oscuridad,
hacia el límite del umbral insuperable,
porque yo también, como Orfeo,
el más infeliz de los hombres,
me di vuelta para mirarte.