Paseaba por la vida controlada,
perfilada y criticada por ojos ajenos.
Diana de los que apuntan maneras con la venganza.
De los que supuran de fina envidia.
Culpable de no escapar a tiempo,
atrincherada en el ombligo del enemigo
por no temer al peligro,
por no medir lo gigante,
por no conocerse en lo oscuro.
Desalada mariposa
con los labios pintados de rojo.
Sosteniendo en sus manos la felicidad perdida
amaneció un día diosa,
dichosa,
confusa y enamorada a un tiempo.
Creyendo reconocer en él todo lo esperado,
lo querido y lo soñado,
entregó su alma ingenua vagamente defendida.
Le prestaba otra vida porque la suya estaba rota.
Soledad y llanto guardaba en su fortaleza.
Secuelas de un amor,
que de tarde en tarde la enseñaba
como tocar el cielo
con las puntas de los pies en el infierno.
Encadenada a un poema que nunca dio rima a su estrofa.