I.
Estamos enterrados juntos, tú y yo.
Cara a cara yacemos,
Inmóviles los párpados polvorientos.
El mundo ha olvidado tu sonrisa,
Infatuado por luces efímeras.
El mundo ha enterrado mi nombre, oprobio de las gentes.
Piérdame yo de su vista que me ha condenado,
Y sólo sea hallado junto a ti.
II.
He gastado mi longevidad buscando tu rostro, el cual amé.
El polvo de los imperios derrumbados ha oscurecido mi vientre;
Mi armadura, cuarteada por el silencioso combate, ya no refulge.
Mi vista cansada no se eleva al Sol, cuya altitud no igualaré.
Sin tus cipreses respirando en mis pulmones contaminados,
Arribado nunca habría a tu lugar de encierro.
Sus copas diéronme protector abrigo durante la lluvia inclemente.
El rocío que te regaba aún reposa sobre la hierba; reposa para mí.
Lo he lamido del pastizal desvaído para saciar la sed.
He percibido tu sollozo desde lejos;
Me han guiado tus lágrimas.
No deploro los siglos que se han arrastrado sin gloria.
Todas mis propias lágrimas son justas, cual lo es el castigo.
¡Duéleme haber sido lento en encontrarte!
No tener pies que correr pudiesen cuando oí tu gemido;
Que tantos años hayan sido sordos mis oídos a tu pena.
III.
¡Y aquí te encuentro, premio a mi centenaria empresa!
Mas, ¡oh, funesta contradicción del Destino:
En el suelo yaces impotente, de la esperanza abandonado!
El patético lagar bermejo do vaga tu balsa enclenque
Brota de tu pecho, de tu costado, de tu espalda armoniosa.
La cuenca del mudo dolor confluye en el río de tu agonía.
De Gihón[1] el caudal espeso gime su infamia.
Llora el Éufrates la innoble tarea,
Mas no detiene su carrera.
Apura el fiel Pisón la labor que le deshonra,
Pero esto sólo acerca a mi vista desesperada la hora de tu silencio.
¡Oh, si yo premio no merezco, mas tú no mereces castigo!
Perezosas centurias me han visto desear el refrigerio de la muerte.
¿Cómo, ahora que mi vida ha renacido, la tuya – tanto más excelsa –
Irremisible se escurre por las llagas de tu piel, que ya no sanará?
IV.
Estamos enterrados juntos, tú y yo.
Cara a cara yacemos, inmóviles los párpados polvorientos.
Tu negra cabellera bordea tan pálidas mejillas.
Empápanse sus puntas en el licor siniestro,
El lagar do huéllanse las postreras uvas,
Como el pincel cargado de malévolo genio antes de teñir el lienzo.
Delicado temblor recorre las piernas extendidas, y chocan los tobillos.
Trémulos también mis dedos, acércanse incrédulos a tu rostro.
Han callado ya tus labios; afínanse sobre tu faz hasta desaparecer.
Empero tus ojos gritan mudas palabras ahogadas por el llanto.
Nace la Luna en tu piel; se aclara la majestad de tu noche.
Quisiera yo perpetuar las tinieblas que te han honrado,
Mientras desciendes solitaria a tu huerto de sombras.
Se angosta el abismo entre nuestros ojos dolidos.
Tu soplo otrora tibio revela una brisa invernal.
Expresan tus ojos profunda duda, que no comprendo.
Tímida parte tu vida, mas tu belleza resiste su huida.
V.
¿Cómo mueres tú así, sin interponer queja alguna,
Sin gestos elocuentes, sin frases memorables;
Mas tu hermosura no ha culminado su poema?
¿Cómo mueres tú así, y me dejas
Desvalido, incompleto, murmurante?
¿Para qué brillará Rigel[2], sino para ser tu norte?
Su fúlgido rostro ocultará, al ver en el tuyo
El tenue resplandor de la muerte;
Y tambaleante el cazador[3], escaparán las acosadas Pléyades.
Altiva estrella, de Artemisa[4] fiel secuaz, arco siempre presto,
Rompe tu milenaria calma; ¡da voces en el firmamento!
¡Anuncien tus compañeras que hoy
En la Tierra ha muerto la dicha!
¡No descienda tu esplendor sobre los hombres,
Cuando hoy mi Edén desciende a la penosa umbría!
VI.
Rigel luminoso, ¡preludio será tu endecha
En el cielo del luto en el suelo!
Verá tu faz oscurecida, lucero otrora,
Cómo el llanto demuda el jovial semblante.
Descansarán al fin las lanzas;
Volverá la fecha a la aljaba.
Cesarán los discursos ardientes;
Perderán valor las causas.
Olvida el hombre la pueril rencilla
Que le ha separado del hombre.
Cabizbaja la animosidad, sosegado el hervor,
Recuéstase la sien altiva sobre el hombro huérfano,
Y el vapor amoroso se difunde la escarcha derritiendo.
VII.
¡Y a lo lejos tú destellas, ajeno a nuestro sino!
Tu cabeza asomas, desde las costas esplendentes.
Entre nuestra ruina y tus delicias, un mar de eternidad.
\"¿Qué tramo de nuestro viaje ha extraviado el rumbo?
¿Cuándo perdió la vista tus playas doradas?”
Tal inquieren tus ojos, cuyo interrogante no comprendo.
Compasiva me miras, indulgente, turbado el semblante.
Mi llanto no disuade tu último aliento, apenas perceptible.
Mueres humilde, baja tu mirada, la cual amé.
En mi diestra, do descansan tus ojos, rojea el puñal asesino.
[1] Se mencionan sucesivamente los nombres de tres ríos del Edén (el restante es Hidekel), como figura de la sangre brotando.
[2] Sistema estelar en la constelación de Orión.
[3] El cazador es Orión, hoy constelación, antes compañero de Artemisa al cazar en el bosque.
[4] Artemisa o Diana, diosa de la caza y hermana de Apolo.
Autor: Misael Capone (\"Apofis y el Dragón, y otros poemas épicos\" - 2019)
Datos de contacto:
Mail: [email protected]
IG: a_poem_for_dawn
[Obra disponible en Mercado Libre, Amazon, Prosa Editores y librerías]
https://articulo.mercadolibre.com.ar/MLA-827326472-apofis-y-el-dragon-y-otros-poemas-epicos-_JM?quantity=1