Cuando en el momento ganó el deseo de amar a Andrea, y la buscó. Y ésta no estaba en el bar, hacía unas diligencias del bar. Cuando se topa con el francotirador en el bar, una mañana, cuando buscaba a Andrea. Y éste no es de buenos amigos, yá le había hecho dos trabajos y muy buenos y tan excelentes como lo era él. El francotirador no era de buenos amigos, pero, creo que buscaban lo mismo. A Andrea. Y era ella, la que corría la buena o mala suerte de tener dos hombres así. Un asesino a sueldo y un francotirador, pues, eran ellos los que buscaban amor prostitucional. Con pasión y un buen sexo. Y eran ellos, los que la amaban, él, Bill, el asesino a sueldo se enteró de eso en esa mañana fría de temblores exquisitos. Cuado en el alma debió de tener miedo, horror, y temerosa de seguir hacia adelante, seguía con el mismo terror. Y sin luz, yá, estaba nervioso ante él, el francotirador, el que paga es el más diestro aquí y sí, que lo era el francotirador con una mirilla extraordinaria que se fijaba en sólo por donde se mira en la mirilla de su rifle. Y él, sólo un asalariado y más por ése francotirador. ¿Quién era más vivo, y más diestro, si él, el asesino a sueldo o el francotirador quien le paga a él?, -“no se sabe”-, se decía él. Pero, por probar el siniestro desenlace no le faltaba más. El cielo se tornó denso, y frío, como volver a ver el siniestro y cálido desenlace, al francotirador, y en lo peor, a su lado. Cuando en el momento se abrió el cielo de tempestad, pues, iba a llover. Él, el asesino a sueldo, sólo se tornó frío y denso, áspero, y agrio, con un alarde de supremacía, mientras que, el francotirador se tornó tranquilo, apaciguado, y con paz, con una paz que él no se merecía, pero, yá era de él. Llega Andrea, un duelo fatal, pero, amoroso, se miran uno a uno a los ojos, verdaderamente, los dos amaban a la misma mujer. Y se desata el odio, cuando el asesino a sueldo, sabía de que era él, el francotirador el que pretendía a su mujer a Andrea. Cuando en el alma, sólo se llenó de suspicacias, de celos, y de penumbras en tinieblas frías, cuando en el alma se debatió de una sola espera, cuando en el alma, se abrió como un cielo de tempestad y llovió un aguacero, un sólo diluvio cayó, y quedaron allí como atrapados, enredados y atados como un imán, el asesino a sueldo y el francotirador. Un duelo fatal, y mortífero como el traspasar el amor como flecha de cupido en el corazón. Cuando en el alma se reflejó como un ave que puede volar lejos, cuando el alma voló como un avestruz, o como la misma luz que de ella emana. Y pasó desapercibida el alma, y voló como se resurgió de las cenizas en el ave fénix. Y quisieron en ser como el aire y volar lejos, cuando en el alma, se sentenció fríamente, como un aire desolado y frío y descaradamente, abrió surcos de una vindicta eminente. Cuando el sol miró por un agujero desatando un rayo de luz entre aquel aguacero, pero, sólo se desmayó por dentro, el francotirador, y el asesino a sueldo quedó fuerte y vislumbrado, tenue y opaco de luz del alma. Cuando en el alma se debió de entregar como se entrega un rayo de luz entre los ojos. Y quedaron dando vueltas en un duelo fatal, los dos armados con armas fuertes, cuando en el alma se debió de entretejer lo que guarda un destino frío, y por delante del frío camino. Andrea se entristeció, y todo porque no quería que ni una gota de sangre se perdiera de entre dos hombres, la cual, la amaron tanto, como mujer y como prostituta. Y la buscaron como mujer, cuando en el alma, sólo en el alma, se entregó con una luz inconsciente. Cuando en el alma, se entregó el sabor del amor y la pasión exquisita. Y los dos recordaron el amor de Andrea en la cama, pues, era la pasión y el sexo lo que más ellos amaban y el amor de Andrea. Cuando en el alma, sólo en el alma, se siente como siente, como un zaperoco, que hubo. Los dos se enfrentaron cara a cara, los dos sacaron de sus kepis el arma de fuego y se enfrentaron uno a uno. Y se enamoraron más y más, cuando en el alma, se enfrío la luz del silencio, y aquella luz del alma se opacó más. Y los dos, cada uno con su arma de fuego, se miraron uno al uno y de frente. Cuando en el hálito desnudo y frío, se entregó la razón y la total desolación de entregar el corazón amando a la mujer que Dios dispuso para cada quién y era ella Andrea. Cuando en el alma se perfiló el combate entre los dos, y se fue el sol más, y llegó la eterna lluvia, la que empapa a la piel, y a la que enreda en el cuerpo y en la piel con su frío y eternidad. Y eran ellos, los que de una forma u otra, se enredaron lo que más se enredó cuando en el tiempo sólo en el tiempo, se encrudece lo que más era un tiempo negro como aquel cielo en que el ocaso se fue y llegó la luz de luna de una noche fría y ellos enfrascados del uno al otro. Andrea grita y soslaya en la penumbra de éstos dos titanes de la muerte. Uno que decía siempre, -“yo soy el que he sido siempre, el que es, era y será: la muerte”- y el otro sin frase, pero, con una mirada que daba terror y con ojos de asombro y absorto que quedaron las tinieblas frías. Se enredaron a los puños, cuando uno de ellos pierde su arma de fuego, pues, cada uno la tenía entre sus manos. Cuando el alma, se entristeció de temor, de horror, y de terror, consintiendo el más amargo dolor entre sus entrañas. Y hubo sangre, se desparramó de las venas la sangre, y se debatió una sola soledad. Hubo silencio, atroz viento de lluvia, y una noche tan escasa y de fríos temores.
Continuará………………………………………………………………………………….